26 jul 2008

Hazaña Olímpica

La historia estaba allí para ser rescrita como si el tiempo se hubiera detenido aquel 8 de septiembre de 2002. El mismo rival, el mismo sector de la cancha, la misma corrida y apenas segundos en el reloj. En ambas ocasiones, la pelota viajó desde la línea de fondo hacia la mitad de la cancha. En aquella final la pelota terminó en Hugo Sconochini. Balón en mano, buscó el aro con la desesperación por la gloria deportiva a cuestas. El tanteador marcaba igualdad en 75. El destino y la indiferencia arbitral sentenciaron el alargue. La atropellada del capitán fue cortada con una falta yugoslava que todos vieron pero nadie se dignó a cobrar. Luego el nerviosismo se apoderó de todo el equipo. La medalla de oro quedó en un sueño.

Dos años más tarde, ese mismo balón, ahora despedido por el "Puma" Montecchia, llegó al cuerpo en vuelo de Emanuel Ginóbili. Esta vez no habría posibilidad de alargue. Era victoria consagratoria o derrota ante los campeones del mundo. Con sólo décimas por jugar, la pelota se posó apenas un instante sobre los dedos de la estrella argentina. No hubo siquiera margen para la falta, para el robo, para la tapa. Fue tablero, red, abrazos, locura y revancha. La cicatrización perfecta de esa herida bienal. El comienzo inmejorable para ir en busca de la hazaña olímpica.

Luego de concluir la primera fase esperaban los cuartos de final. Aguardaba el seleccionado local. Ante 15.000 espectadores el partido tuvo clima de final. Los gritos eran ensordecedores, a medida que se sucedían los cuartos la tensión iba en aumento. Promediando el tercer período la selección perdía por 11 puntos. Pero ingresó Walter Herrmann, el hombre que lo perdió todo y buscaba ganar algo para compensar mínimamente tanto dolor. Contagió sus ganas y su ímpetu a todo el equipo. Su básquet de una mano y la presión de cancha entera del resto de sus compañeros dieron vuelta el encuentro. Personalidad, presencia, victoria, semifinales y a la vuelta de la esquina aguardaba nada menos que el Dream Team.
En aquel mundial fueron los primeros en lograr lo imposible, vencerlos. Ahora iban en busca de su segunda victoria ante los todopoderosos estadounidenses. Fue un choque de estilos notable. Talento colectivo versus talento individual. Respeto por el oponente frente a soberbia sobre el rival. 89 a 81. Las miradas perplejas y la desazón de los norteamericanos fueron la consecuencia inevitable del básquet perfecto, audaz e imponente de los dirigidos por Rubén Magnano. Ginóbili fue destreza, magia, efectividad y abrazos de final.

La final fue una fiesta. El cierre de oro se intuía. Sólo hacia falta demostrarlo sobre el parquet. Y así fue. La diferencia de 15 tantos ante Italia fue la distancia necesaria para evitar nuevas intromisiones del destino. Tuvieron que transcurrir casi dos años para que los merecimientos se transformen en victoria. Sin faltas no cobradas, sin nervios. Con experiencia y solvencia. Fue revancha, aplausos, medalla y consagración.